martes, 30 de marzo de 2010

Los Libros: Gran Tesoro de la Humanidad...

Cuando se inventó el cine se pensó que nadie más leería porque todo podía verse y oírse, sin mayor esfuerzo por parte de los espectadores. Pero el libro sobrevivió. Cuando comenzó la televisión se pensó en un inminente final a causa de un medio en donde es posible ver, oír y de paso sentir, todo al mismo tiempo.


Pero el libro sobrevivió. Posteriormente los hogares fueron inundados por máquinas de videocinta y el plazo para que el libro pasara a ser un artículo de museo se fijó en unos pocos años. Pero el libro sobrevivió y ni siquiera han podido condenarlo al destierro la multimedia, la Internet y todos los avances tecnológicos. La pregunta es: ¿Hasta cuándo resistirá? Todavía no se sabe pero nadie debe darse prisa en expedirle partida de defunción.


Es probable que el formato cambie como ocurrió cuando Johannes Gutenberg inventó la imprenta: el mundo vio un cambio espectacular. Pasamos de un libro difícil de manejar, manuscrito y al cual solo podían tener acceso unos cuantos privilegiados, a otro mejor diseñado y diagramado y, lo mejor de todo, al alcance de un mayor número de personas.


Tal vez tengamos que prepararnos para otro cambio y en unos años tengamos ediciones digitales en las cuales podamos navegar sin ningún tipo de dificultad: y mucha atención, porque una dificultad, y bien grande de los libros digitales actualmente en el mercado, es el cansancio visual que producen al lector.
 

Corregido este problema tendremos una nueva forma del libro pero no su reemplazo y, mucho menos, su desaparición. Los libros seguirán siendo buenos compañeros de viaje; amigos de toda ocasión; maestros en quien confiar; tesis de las cuales disentir. Ellos contienen la sabiduría de todas las épocas y las convicciones de todos los intelectuales. Cercarse a ellos siempre será un acto de inteligencia y olvidarlos será, cuando menos, una decisión lamentable. Si usted es de quienes desean enamorarse nuevamente de la lectura o reafirmar sus hábitos de buen lector, le presentamos humildemente los siguientes consejos:

1.
Olvídese de que la lectura es asunto de sabios o de gente aburrida. Al contrario, es una actividad de quien quiera explorar nuevos mundos y conocer más adjetivos y sustantivos desde el lugar en que se encuentra y sin necesidad de matricularse en una escuela filosófica y, mucho menos, en una secta.

2.
No crea en el enfrentamiento del libro con otros medios de información o entretenimiento. Para usted convertirse en un buen lector no tiene por qué abandonar sus hábitos y aficiones. Ni siquiera la televisión.

3.
Lea sólo los libros de su interés. No es necesario que usted lea los clásicos de la literatura universal ni a los filósofos afamados o a los economistas consagrados. Escoja el tipo de lectura de su agrado y dedíquese plenamente a disfrutar de la aventura de conocer mundos nuevos y viajar por universos desconocidos.

4.
Vaya con calma y póngase una meta realista. Pero eso sí, lea al menos una página al día. Le garantizo que no invertirá más de dos minutos. Si lee diez páginas empleará veinte minutos y de esta manera, en un término de diez días leerá un libro de cien páginas o dos de ciento cincuenta. De esta manera podrá disfrutar de veinte libros en el año. Cuando lo logre no se lo cuente tan rápido a sus amistades porque probablemente no le van a creer.

5.
No obligue a los niños a leer. Anímelos a que lo hagan pero sin que lo sientan una obligación, porque se creará el efecto contrario: al final se van a declarar enemigos de la lectura y usted tendrá parte de culpa en este hecho. Y nunca les pida que lean libros que usted mismo no ha sido capaz de leer. Por mucho estatus que den esos libros. Es mejor un niño que lea aunque no le gusten los clásicos, que otro a quien no le gusten los libros. 


Lea tranquilo y hágalo sin afanes. Disfrute de este ejercicio maravilloso. Y no se preocupe porque, por ahora el libro no va a desaparecer. Y no ocurrirá hasta el día en que inventen algo que brinde acceso directo al conocimiento y que además tenga un costo moderado, que no necesite electricidad y que se pueda usar a la orilla de la playa o en la mitad del bosque, sentado a la sombra de un árbol o instalado en la incomparable comodidad de una hamaca.

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